Dicen que es el partido de la fecha. La hinchada está lista: saltan, vibran y sienten la pasión de la adrenalina más poderosa del mundo, como la llaman. Los jugadores anuncian su entrada al campo de juego y en el cielo, un papelito por cada latido. Por un lado, el suspenso se ha vestido de capitán, impone presencia y sabe que tiene el control de la situación. Es el miedo quien le sigue, parece estar confiado, que éste partido es de ellos. En la otra escuadra, la esperanza se presenta como la mejor de las armas, las ganas siguen sus pasos y el vamosquesepuede se ha vestido de diez. Este partido lo arbitra el de arriba y nadie más que él sabe como saldrán las cosas. La magia está en creer, grita la hinchada. El triunfo habla mucho más allá del resultado a pelear, habla de grandezas y de sueños que, hoy por hoy, cuelgan de un hilo. Las probabilidades hablan por si solas y comentan lo que será un partidazo, expuesto así por expertos. Las estrategias ya deberían estar listas, los jugadores saben que más de una frase cliché chocara en el travesaño y que son más de una tarjeta las que tendrán que saber recibir. Las faltas quizás no cuenten mucho si se logra llegar al objetivo. Es solo un partido, nada de idas y vueltas, nada de esperanzas en revanchas, que ya de eso hemos hablado. Hay hambre por gloria. El balón ya está en el centro de la cancha. Los protagonistas se presentan, el pitazo está a punto de sonar.
Damas y señores: Ha comenzado el partido.
Damas y señores: Ha comenzado el partido.